martes, 21 de octubre de 2014

Relaciones entre beneficencia y autonomía



Relaciones entre beneficencia y autonomía
Solo vamos a detenernos en un aspecto. Se trata del paternalismo como punto de fricción o conflicto entre los principios de beneficencia y el de autonomía. ¿Por qué?
El paternalismo es una desviación o manipulación de la beneficencia. Se da el paternalismo cuando el profesional que sabe hacer bien una actividad para hacer el bien a las personas adopta una actitud de superioridad y desigualdad frente al cliente o usuario de sus servicios, entablando una relación asimétrica. En una relación así el punto de vista del cliente-usuario no cuenta, quedando este reducido a mero destinatario.
Esta interacción asimétrica profesional-cliente puede ir desde una simple desigualdad, hasta una relación de abuso, poder y dominación por parte del profesional respecto del cliente.

Este paternalismo tiene su origen en la relación paterno-filial. Cuando el hijo es menor de edad y no sabe lo que necesita ni lo que le conviene, “el padre decide por él y puede legítimamente imponerle ciertas cosas y contra su criterio, por su bien”. Ejemplo muy básico: buena conducta, hábitos de higiene, alimenticios, estudiar, etc... El problema se da cuando el padre no permite que el hijo vaya tomando las decisiones que ya está en condición de asumir y adopta una postura sobreprotectora con él, con la que no le hace ningún favor al hijo. Del mismo modo, cuando el profesional impone determinadas actuaciones al cliente-usuario, sin contar con su criterio ni con su consentimiento, le está tratando como a un menor de edad, incurriendo en un paternalismo que va en contra de la autonomía.
Claro está que hay un paternalismo justificado cuando por la edad u otros impedimentos no hay autonomía en el cliente-usuario, y hay un paternalismo injustificado cuando sí hay autonomía o cuando, aunque no la haya, el profesional no es quién para determinarlo ni para suplantar a quien ostenta la tutela de la persona no autónoma.

La clave para resolver el posible conflicto entre beneficencia y autonomía, y en concreto para resolver el paternalismo, es que nadie está legitimado para imponer a otros sus propias convicciones, ni para no respetar las ajenas.
Pero también podemos caer en una autonomía insensata e irracional, pensando en que cualquier convicción, por el hecho de que alguien la defienda, es igualmente válida y razonable. Reivindicar la autonomía personal no es oponerse a todo lo que suene a imposición ajena, sino sobre todo es educar el propio juicio moral acerca de los bienes que hacen que la vida sea plena y digna de ser vivida.
En este punto Augusto Hortal nos invita a ser realistas y a reconocer que no todas las personas, aunque seamos adultas, partimos en igualdad de condiciones: unos son más autónomos que otros, unas veces somos más autónomos que otras. Hay muchas personas adultas que viven en un servilismo, que se dejan manipular, y otros que seducen y manipulan al resto. En nombre de la autonomía se pueden cometer o permitir muchas actuaciones indignas. Hay veces que invocamos la libertad para dejarnos dominar por caprichos y vicios propios o ajenos.

En definitiva, para que se dé la necesaria complementariedad entre beneficencia y autonomía en la actuación profesional hay que tener en cuenta que:

No se trata solo de hacer el bien sino de contar con aquel que lo hace y con aquel al que se pretende favorecer, con sus criterios y convicciones acerca del bien. El bien impuesto a la persona adulta no es bien moral, pues nadie puede sustituir a la persona en su tarea de realizar su propia vida. El criterio ético lo debemos asumir y hacer nuestro libremente.


La autonomía se fundamenta en la necesidad de respetar a la persona, sus derechos, criterios y decisiones, en virtud de la dignidad que aquella posee. Pero la dignidad, a su vez, se basa en el bien en sí mismo que es la persona. La autonomía está definida y orientada a la promoción y desarrollo de una vida plena y auténtica. Una actuación que en nombre de la autonomía atente contra la dignidad propia o ajena, será una falsa autonomía, será una actuación inhumana y despersonalizante con la que no podemos transigir.

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