martes, 2 de septiembre de 2014

La familia...



Ya hemos dicho que para que un bien particular sea realmente un bien debe insertarse o contribuir al fin último que es una vida buena. No dedicar tiempo a la familia, priorizar las cosas del trabajo, aislarse, no nos conducen a una vida buena ni a nosotros ni a los demás. Por tanto, esas actuaciones, dedicar excesivas horas al trabajo, vivir solo pensando en el trabajo, no son buenas. Pueden ser buenas en el aspecto estrictamente laboral, en cuanto que realizan el fin de la actividad profesional, es decir, esa persona logra ser muy eficaz en su trabajo porque se entrega ilimitadamente a él y tendrá muy satisfecho su jefe, pero no son actuaciones éticamente buenas porque no ayudan a esa persona a ser un buen padre y un buen esposo.

Como dice Augusto Hortal (p. 128): “No es buen médico el que solo es médico; no es buen profesional el que de tal manera apuesta unilateralmente por su propia profesión que subordina todos los otros aspectos (económicos, familiares, espirituales, sociales, etc…) a la propia profesión.”
¿O se puede cuidar de la familia pero ser un mal profesional? De igual modo hay que decir un NO rotundo.
Por la misma razón: el que es irresponsable, ineficiente y hace mal el trabajo ni realiza bien lo que debe hacer ni realiza el bien o fin de esa profesión, lo cual no está de acuerdo con una vida buena y plena.

En definitiva, nos dice Augusto Hortal (p. 118) que una acción será moralmente buena no solo tomando en cuenta un ámbito de la vida, sino la totalidad de una vida que merezca ser vivida y alabada como profundamente humana. Aquí surge, claro está, la cuestión de definir qué es una vida “profundamente humana”.