miércoles, 29 de octubre de 2014

El principio de no maleficencia



El principio de no maleficencia
El estudio correspondiente a este principio de no maleficencia, va a ser muy breve y concreto. Veamos. Sobre el origen de este principio la formulación más conocida es: “Primum non nocere”
(Ante todo, no hacer daño), de Escribonio Largo (s. I d. de C.). El filósofo Diego Gracia ve un antecedente en el Decálogo (los diez mandamientos) y en la regla de oro: “Haz a los demás lo que quieras que te hagan a ti”. Santo Tomás la incluye dentro del principio supremo de la ética: “el bien hay que hacerlo y el mal hay que evitarlo”.
Vamos a saltarnos todas las ideas no concretas. Lo que sí nos importa es entender la importancia de este principio ético y cómo aplicarlo, para lo cual destacamos varias cosas
A veces no está claro qué es bueno hacer pero normalmente sí está claro qué es malo hacer (o dejar de hacer);
Hacer el bien (principio de beneficencia) en determinados casos puede ser negativo, incurriendo en paternalismo y violando la autonomía de la persona. El bien se puede hacer de muchas maneras. Por el contrario, evitar el mal es preceptivo, obligatorio, y no se necesita del consentimiento ajeno.
El profesional siempre debe sopesar el daño que se sigue de hacer o no hacer algo, considerar el daño que se le puede ocasionar a la sociedad y al bien público.
El principio de no maleficencia es la sombra, o el reverso, de lo que los otros principios establecen positivamente.
Para saber qué es causar daño, discriminar, manipular, cometer injusticias, hay que saber primero qué bienes merecen ser promovidos y no afectados, qué trato merecen las personas y a qué tienen derecho.

Importante:

Este principio es consecuencia directa de buscar el máximo bien en el otro, actitud que es una manifestación propia del ser humano que nos engrandece y dignifica.

martes, 21 de octubre de 2014

Quien se ha llevado mi queso

Relaciones entre beneficencia y autonomía



Relaciones entre beneficencia y autonomía
Solo vamos a detenernos en un aspecto. Se trata del paternalismo como punto de fricción o conflicto entre los principios de beneficencia y el de autonomía. ¿Por qué?
El paternalismo es una desviación o manipulación de la beneficencia. Se da el paternalismo cuando el profesional que sabe hacer bien una actividad para hacer el bien a las personas adopta una actitud de superioridad y desigualdad frente al cliente o usuario de sus servicios, entablando una relación asimétrica. En una relación así el punto de vista del cliente-usuario no cuenta, quedando este reducido a mero destinatario.
Esta interacción asimétrica profesional-cliente puede ir desde una simple desigualdad, hasta una relación de abuso, poder y dominación por parte del profesional respecto del cliente.

Este paternalismo tiene su origen en la relación paterno-filial. Cuando el hijo es menor de edad y no sabe lo que necesita ni lo que le conviene, “el padre decide por él y puede legítimamente imponerle ciertas cosas y contra su criterio, por su bien”. Ejemplo muy básico: buena conducta, hábitos de higiene, alimenticios, estudiar, etc... El problema se da cuando el padre no permite que el hijo vaya tomando las decisiones que ya está en condición de asumir y adopta una postura sobreprotectora con él, con la que no le hace ningún favor al hijo. Del mismo modo, cuando el profesional impone determinadas actuaciones al cliente-usuario, sin contar con su criterio ni con su consentimiento, le está tratando como a un menor de edad, incurriendo en un paternalismo que va en contra de la autonomía.
Claro está que hay un paternalismo justificado cuando por la edad u otros impedimentos no hay autonomía en el cliente-usuario, y hay un paternalismo injustificado cuando sí hay autonomía o cuando, aunque no la haya, el profesional no es quién para determinarlo ni para suplantar a quien ostenta la tutela de la persona no autónoma.

La clave para resolver el posible conflicto entre beneficencia y autonomía, y en concreto para resolver el paternalismo, es que nadie está legitimado para imponer a otros sus propias convicciones, ni para no respetar las ajenas.
Pero también podemos caer en una autonomía insensata e irracional, pensando en que cualquier convicción, por el hecho de que alguien la defienda, es igualmente válida y razonable. Reivindicar la autonomía personal no es oponerse a todo lo que suene a imposición ajena, sino sobre todo es educar el propio juicio moral acerca de los bienes que hacen que la vida sea plena y digna de ser vivida.
En este punto Augusto Hortal nos invita a ser realistas y a reconocer que no todas las personas, aunque seamos adultas, partimos en igualdad de condiciones: unos son más autónomos que otros, unas veces somos más autónomos que otras. Hay muchas personas adultas que viven en un servilismo, que se dejan manipular, y otros que seducen y manipulan al resto. En nombre de la autonomía se pueden cometer o permitir muchas actuaciones indignas. Hay veces que invocamos la libertad para dejarnos dominar por caprichos y vicios propios o ajenos.

En definitiva, para que se dé la necesaria complementariedad entre beneficencia y autonomía en la actuación profesional hay que tener en cuenta que:

No se trata solo de hacer el bien sino de contar con aquel que lo hace y con aquel al que se pretende favorecer, con sus criterios y convicciones acerca del bien. El bien impuesto a la persona adulta no es bien moral, pues nadie puede sustituir a la persona en su tarea de realizar su propia vida. El criterio ético lo debemos asumir y hacer nuestro libremente.


La autonomía se fundamenta en la necesidad de respetar a la persona, sus derechos, criterios y decisiones, en virtud de la dignidad que aquella posee. Pero la dignidad, a su vez, se basa en el bien en sí mismo que es la persona. La autonomía está definida y orientada a la promoción y desarrollo de una vida plena y auténtica. Una actuación que en nombre de la autonomía atente contra la dignidad propia o ajena, será una falsa autonomía, será una actuación inhumana y despersonalizante con la que no podemos transigir.

martes, 14 de octubre de 2014

SEGUNDO QUIMESTRE...El principio de autonomía...

                                          

                                      

                                                  El principio de autonomía

Ahora nos vamos a centrar en un par de ideas clave. El principio de autonomía tiene su origen en los inicios de la modernidad (fines del siglo XVIII, con la Revolución Francesa de 1789), cuando se terminan los regímenes políticos absolutistas y totalitarios y se proclama la primera generación de derechos humanos: los civiles y los políticos (libertad de conciencia y pensamiento, libertad de prensa, el sufragio universal, la separación de poderes), y el liberalismo económico. La idea latente en todo ese pensamiento moderno es que “nada es verdaderamente humano si es impuesto a los hombres por los otros hombres” y “la fe, la religión y la moral son verdaderas y valiosas si son libremente elegidas o aceptadas” .

Kant es el filósofo que aplica estas ideas al ámbito de la moral. Afirma que la libertad y la razón son propias de todos los seres humanos y fundamento de su dignidad, por lo cual, la voluntad libre y racional del hombre es la única fuente de la ley moral. El hombre es moralmente autónomo, no obedece a ninguna instancia externa, sino a su propia voluntad racional que le convierte en legislador de sí mismo y en colegislador junto con los otros hombres.

Por este principio de la autonomía moral, los seres humanos son morales en la medida en que libremente se determinen a sí mismos mediante la razón. De este modo, si dos personas se unen para pensar en lo que deben hacer y se atienen a lo que les dicta la razón, y no sus inclinaciones, deseos, intereses, posición social, coincidirán plenamente en una ley moral, que, por tanto, no se la imponen el uno al otro, sino que cada cual la descubre y la acepta con su razón. Cuando las personas no coinciden es porque alguna de ella se está guiando por esas preferencias, que no son racionales sino empíricas, es decir, fruto de sus deseos o necesidades concretas e inmediatas.

Hortal nos dice que hoy el principio de autonomía se aplica para legitimar el pluralismo, es decir, el conjunto de voluntades que discrepan entre sí pues cada una defiende su propia arbitrariedad y forma de pensar. Por tanto, la autonomía en la vida real eleva a canon (norma) la voluntad de cada uno, aunque no sea racional, haciendo que ese acuerdo racional ideal, del que hablaba Kant, se convierta en que cada uno puede hacer lo que quiera y aplicar los criterios que quiera en su ámbito de decisión. De este modo, la autonomía racional deriva en una autonomía empírica que es la no interferencia en el ámbito de decisión de uno, siempre que no perjudique ni interfiera en la correspondiente capacidad de los demás.