martes, 15 de julio de 2014

9 CLASE


En segundo lugar, una virtud es mucho más que una tendencia arraigada a cumplir una norma.
La virtud lleva aparejada la lucidez moral y, en esa medida, es ella misma normativa. La valentía
del soldado no se reduce a no abandonar su puesto; habiéndose quedado en él, todavía ha de
interpretar la situación, siempre cambiante, discernir la acción adecuada y obrar en consecuencia.
Se entenderá bien a qué nos referimos si se considera el caso de quien intenta acomodar su
conducta a un conjunto de normas morales. Inevitablemente, las normas son abstractas: declaran
la bondad o maldad de tipos de acciones (mentir, robar, socorrer, etc.), haciendo abstracción
de las circunstancias particulares que concurren en cada caso (a quién se mienta, qué se robe,
etc.). En cambio, las circunstancias en que se ve envuelto el sujeto moral son en todos los casos
estrictamente individuales e irrepetibles. La cuestión es: ¿cómo salvar la distancia entre las
mediaciones normativas, siempre universales y abstractas, y el carácter único e irrepetible de
cada situación vital concreta? Los partidarios de la ética normativa no tienen más que una salida:
apelan a normas subalternas que no sean tan generales como las primeras. Pero, por más que
especifiquemos las normas subordinadas, estas seguirán siendo universales: seguirá siendo
posible un número ilimitado de casos que, aun cayendo bajo esa norma, sean distintos entre sí y,
por ello, reclamen un tratamiento diferente. Platón ha denunciado plásticamente el proyecto de
una legislación exhaustiva, que comprenda todos los casos posibles, comparándolo con el intento
de decapitar a la hidra, monstruo mítico cuyas cabezas se multiplican al ser cortadas (Rep.426e).
Los partidarios de la ética de la virtud se encuentran en una posición más favorable. Como se dijo,
el virtuoso no es simplemente un hombre que conoce un conjunto de reglas y está acostumbrado
a respetarlas. Posee también una peculiar lucidez que le hace capaz de sopesar los rasgos
moralmente relevantes de cada situación y reconocer la conducta adecuada en cada coyuntura.
Este sexto sentido moral compara Aristóteles felizmente a la regla de plomo utilizada por los
arquitectos lesbios: no es una regla rígida, como las comunes, sino un instrumento flexible que
adopta la forma de la piedra u oquedad que se trata de medir

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