El
principio de autonomía
Ahora nos vamos a centrar en un par de
ideas clave. El principio de autonomía tiene su origen en los inicios de la
modernidad (fines del siglo XVIII, con la Revolución Francesa de 1789), cuando
se terminan los regímenes políticos absolutistas y totalitarios y se proclama
la primera generación de derechos humanos: los civiles y los políticos
(libertad de conciencia y pensamiento, libertad de prensa, el sufragio
universal, la separación de poderes), y el liberalismo económico. La idea
latente en todo ese pensamiento moderno es que “nada es verdaderamente humano si
es impuesto a los hombres por los otros hombres” y “la fe, la religión y la
moral son verdaderas y valiosas si son libremente elegidas o aceptadas” .
Kant es el filósofo que aplica estas ideas al ámbito de la moral.
Afirma que la libertad y la razón son propias de todos los seres humanos y
fundamento de su dignidad, por lo cual, la voluntad libre y racional del hombre
es la única fuente de la ley moral. El hombre es moralmente autónomo, no
obedece a ninguna instancia externa, sino a su propia voluntad racional que le
convierte en legislador de sí mismo y en colegislador junto con los otros
hombres.
Por
este principio de la autonomía moral, los seres humanos son morales en la
medida en que libremente se determinen a sí mismos mediante la razón. De este
modo, si dos personas se unen para pensar en lo que deben hacer y se atienen a
lo que les dicta la razón, y no sus inclinaciones, deseos, intereses, posición
social, coincidirán plenamente en una ley moral, que, por tanto, no se la
imponen el uno al otro, sino que cada cual la descubre y la acepta con su
razón. Cuando las personas no coinciden es porque alguna de ella se está
guiando por esas preferencias, que no son racionales sino empíricas, es decir,
fruto de sus deseos o necesidades concretas e inmediatas.
Hortal
nos dice que hoy el principio de autonomía se aplica para legitimar el
pluralismo, es decir, el conjunto de voluntades que discrepan entre sí pues
cada una defiende su propia arbitrariedad y forma de pensar. Por tanto, la
autonomía en la vida real eleva a canon (norma) la voluntad de cada uno, aunque
no sea racional, haciendo que ese acuerdo racional ideal, del que hablaba Kant,
se convierta en que cada uno puede hacer lo que quiera y aplicar los criterios
que quiera en su ámbito de decisión. De este modo, la autonomía racional deriva
en una autonomía empírica que es la no interferencia en el ámbito de decisión
de uno, siempre que no perjudique ni interfiera en la correspondiente capacidad
de los demás.
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