Ya
hemos visto que cada actividad profesional persigue y realiza un bien, que es
el fin o razón de ser de esa actividad. Pero este bien hace referencia solo a
una dimensión de la vida del hombre: la profesional.
Podría
darse el caso de que nos preocupemos de ser buenos en el ámbito profesional y
que no lo seamos tanto en el resto de ámbitos. Caeríamos en la paradoja de
aquellos profesionales que son buenos en su trabajo, pero son malos esposos o,
malos padres, malos ciudadanos. Y a la inversa, que alguien sea un buen esposo,
padre, ciudadano, pero que sea un mal profesional. ¿Es compatible obrar bien en
algunas situaciones y obrar mal en otras? ¿Se puede ser a la vez un buen
profesional y descuidar a la familia? ¿O cuidar de la familia pero ser un mal
profesional?
La
respuesta nos la da el filósofo griego Aristóteles (s. IV a. de C.). Dicho
filósofo afirma que hay una subordinación entre todos los bienes y fines que el
hombre realiza y persigue, de tal modo, que unos bienes se realizan porque nos
llevan a otros superiores. Por ejemplo, cocinamos para alimentarnos y gozar de
una buena salud que nos permita crecer, trabajar y vivir felices; hacemos una
llamada de teléfono o por skype para interesarnos por la otra persona y cumplir
nuestra labor de madre, padre, esposo o hijo; gerenciamos una empresa de
lácteos para ofrecer alimentos básicos a la población y también para generar un
beneficio, sostener unos puestos de trabajo y estimular la producción lechera
de unas comunidades campesinas; y así sucesivamente.
Esta
concatenación de los bienes y fines que vamos persiguiendo y realizando nos
lleva a la pregunta por el fin o bien último por el que todo se hace y que se
constituye en el fin supremo, pues se quiere
por sí mismo y no como medio para alcanzar un fin superior. A este fin
último Aristóteles lo llamaba ‘eudaimonía’, que quiere decir vivir bien y
actuar bien. El significado profundo de esa vida buena o de lo que es el bien
es lo que tenemos que descubrir. Más adelante lo desarrollaremos.
En
definitiva el bien particular (el que se consigue en una determinada actividad
profesional) solo será un bien en la medida en que se integre o forme parte del
bien supremo, de ese fin último que es tener una vida buena, obrar el bien.
Como dice Augusto Hortal, “nada es verdaderamente bueno, éticamente bueno, si
solo es bueno es un aspecto restringido, si se absolutiza y aísla del bien
supremo, si no se inscribe en un proyecto de vida buena”. Y ya sabemos que una
vida buena es una vida plenamente realizada.
Dicho
de otra manera, el criterio último para juzgar una actuación y el bien (fin) que
realiza es en la medida en que contribuye a vivir esa vida buena o vida en
plenitud no solo cada uno para sí mismo, sino por, con y para los otros.
Aquí,
estimado estudiante, tenemos una clave importantísima para discernir si nuestra
actuación profesional es buena: si nuestra manera de realizar nuestra profesión
nos ayuda a alcanzar ese bien o fin supremo, que es una vida buena y plena. Por
ejemplo: para una persona creyente, sea católica o de otra religión cristiana,
una vida buena es el amor a Dios y al prójimo, con todos los valores y virtudes
que ello implica, sobre todo la misericordia, el perdón, la humildad, la generosidad.
Una buena actuación profesional será aquella en la que la persona, a través de
su profesión, practica estas virtudes en su entorno laboral. Así pues, ya
tenemos la respuesta a la pregunta inicial:
¿Se puede ser a la vez un buen
profesional y descuidar a la familia? Rotundamente NO.