Ya
hemos dicho que para que un bien particular sea realmente un bien debe
insertarse o contribuir al fin último que es una vida buena. No dedicar tiempo
a la familia, priorizar las cosas del trabajo, aislarse, no nos conducen a una
vida buena ni a nosotros ni a los demás. Por tanto, esas actuaciones, dedicar
excesivas horas al trabajo, vivir solo pensando en el trabajo, no son buenas.
Pueden ser buenas en el aspecto estrictamente laboral, en cuanto que realizan
el fin de la actividad profesional, es decir, esa persona logra ser muy eficaz
en su trabajo porque se entrega ilimitadamente a él y tendrá muy satisfecho su
jefe, pero no son actuaciones éticamente buenas porque no ayudan a esa persona
a ser un buen padre y un buen esposo.
Como
dice Augusto Hortal (p. 128): “No es buen médico el que solo es médico; no es
buen profesional el que de tal manera apuesta unilateralmente por su propia
profesión que subordina todos los otros aspectos (económicos, familiares,
espirituales, sociales, etc…) a la propia profesión.”
¿O
se puede cuidar de la familia pero ser un mal profesional? De igual modo hay
que decir un NO rotundo.
Por
la misma razón: el que es irresponsable, ineficiente y hace mal el trabajo ni
realiza bien lo que debe hacer ni realiza el bien o fin de esa profesión, lo
cual no está de acuerdo con una vida buena y plena.
En
definitiva, nos dice Augusto Hortal (p. 118) que una acción será moralmente
buena no solo tomando en cuenta un ámbito de la vida, sino la totalidad de una
vida que merezca ser vivida y alabada como profundamente humana. Aquí surge,
claro está, la cuestión de definir qué es una vida “profundamente humana”.